América Gutiérrez
Otra noche de marimba, al menos la de hoy está muy alegre, suena afinada y con compás guapachoso, casi tan bueno como el mío tocando Tortuga del arenal...
Casi
lo olvido... Buenas noches, querido lector, yo soy Zeferino Nandayapa
o "el don que está en el parque de la marimba". Ese soy
yo, por eso los turistas nunca se toman fotos conmigo y por mucho que
me alegrara verlos al principio, ahora me parecen sosos, pues nunca
saben quién soy, me corrijo: quién fui, y aparentemente tampoco
estoy en el discurso de los guías que alcanzo a escuchar decir: “Ah
sí, era un señor que tocaba muy bonito la marimba”, en esos
momentos me hubiera gustado que a esta estatua mía le hubieran
puesto piernas y darles un puntapié por burros: Que tocaba muy
bonito… ¡si era de las mejores! Porque la marimba era mi vida
entera, mi ilusión, mi familia, el inicio y el fin de todos mis
viajes, mi declaración de amor y mi rayo de luz en cualquier momento
de soledad. Era como si al tomar los bolillos yo me fusionara con
ella y la música fuera el resultado de nuestra eterna conexión.
Siempre me preguntaron cuál era el secreto para ser un buen
marimbista, yo siempre les contesté: “Pues que no te canses de
cargarla”.
Ya
se acabó la hora de la marimba, ¡qué codos los del municipio!, que
harta publicidad pegan siempre en esta esquina y la marimba de a
poquito. Pero lo que nunca le voy a perdonar a estos desgraciados son
dos cosas, bueno, de hecho, tres: que por orden de coraje de mayor a
menor aquí les van:
Número uno: que no les haya alcanzado el dinero
para mis piernas, lo perdoné, pero que no les haya alcanzado el
dinero para mi querida marimba y me hayan puesto tocando al aire
eternamente, la verdad no tiene madre.
Número dos: que me hayan
puesto de espaldas al kiosco y nunca pueda ver tocar a mis hijos y
nietos, me causa tanta tristeza que un día de estos les hago el
milagro de la “estatua llorona” con tal de que me volteen.
Y finalmente, número tres: que hayan puesto enfrente un museo de la marimba que abre
de lunes a viernes y del que nunca sale música…
La suma de todo
esto, me hace pensar que de vicio representé a mi pueblo en todo el
mundo. Y en noches como ésta, de viento fresco y llovizna, mi metal
se enfría, deseando que algún día mi alma pueda abandonar esta
estatua porque ni puedo tocar ni puedo ver a los seres que más amo.
Aunque pa’ qué me hago, si no me he ido después de estos años,
es por ese bello sonido que a cuentagotas puedo escuchar alegrar a
muchos corazones tristes, por esa melodía que da vitalidad a todos
los viejitos que a mi lado pasan, por esas notas que ambientan el
correr de los niños y la eternidad de la alegría.
Así que hasta
mañana, puntuales a las seis de la tarde aquí espero verlos.
Fotografía de Click On Fotografía Chiapas
Acerca de la autora
América
Gutiérrez. Chiapaneca de nacimiento y viajera de corazón. Egresada
de la Universidad de Guanajuato y enamorada de las letras por gusto
propio.
*El
presente texto fue producido como parte de las actividades dentro del taller general de creación
literaria coordinado por Santana García, miembro del comité general
de La voz enTinta.
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