Mikel Ruiz* Llega la oscuridad del tiempo, como si sólo te aguardara a ti. Sobre la copa de los árboles se posa la niebla, cae la brizna como mis lágrimas. En mi corazón se aprietan las nubes de dolor y maldad que has traído. He terminado de afilar tu machete, fue muy difícil, nunca lo había hecho. Volviste a beber sin medirte, perdiste la conciencia; no sabes ni qué hora es, en cambio nuestra hija está durmiendo, allí está envuelta en su cobija de lana. Espera, apretaré bien la soga en tus pies, por si aún intentas pararte”. Dentro de un jacal fúnebre Pascuala Tsepente’ se arrodilla, silenciosa, hasta quedar quieta frente a una cruz de madera. “¿Cuál es mi pecado para merecer esto, Padre? ¡Míralo, cómo pone sus ojos en mí!”, exclama al Cristo que tiene en las manos, recientemente despegado de la cruz delante de Pedro, su marido. Con la cabeza baja y los ojos cerrados, piensa en el sufrimiento de Elena, su hija muda. “Como tú eras el hombre hice todo cuanto me obligabas. ...
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