Patricia Fonseca
Sara
veía con avidez las manos del hombre, no sabía dónde posar los
ojos. Entre sus dedos veía deslizarse a la sota, el caballo, el rey,
las copas, el oro, las espadas, la reina... y cuando por fin esas
manos terminaron de colocar los tres montoncitos de cartas sobre la
mesa, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Ante sus ojos tenía su
destino, debía elegir de entre los tres cuál le daría esa verdad
ansiada. Miró dubitativamente y eligió las cartas del lado
izquierdo. Con impaciencia vio cómo esas manos revolvían las
barajas y una a una las colocó sobre la mesa, formando un rectángulo
con ellas.
Había
caminado un buen trecho desde la carretera para llegar, pasó por un
arroyo perdido entre piedras y pasto seco, varias veces estuvo a
punto de caer cuando sus pies se enredaban entre la maleza trenzada.
Ahora, al estar ahí en esa casucha lúgubre, rodeada de santos y
velas encendidas trató de alejar la culpa que quería engullirla y
hacerla correr lejos. Sabía que pedir que le leyeran su destino
estaba prohibido por la iglesia, pero cansada de llorar al crucifijo
de la pared, testigo mudo en esas noches de desvelo de sus lágrimas
absurdas, y queriendo encontrar una respuesta clara y tangible
ahuyentó su antipatía. Trataba de convencerse de que aquello no
podía ser tan malo, pues había más personas esperando turno para
que les interpretaran las cartas. Veía en derredor tratando de
ocultar la ansiedad, observaba las telarañas descansando en los
rincones, las moscas que merodeaban en la comida dejada a la
intemperie. Sin querer, sus ojos se posaron en la caratula de un
libro, La Silbila;
trató de adivinar de qué se trataba, llamó su atención la mujer
voluptuosa de la portada, pero la actitud absorta y contemplativa del
hombre que le tendía las cartas la devolvió de esa distracción.
Observó el bigote escuálido, los dientes manchados, y percibió el
olor a tabaco impregnado en esa ropa descuidada. Iba a seguir
fisgoneando cuando la voz apacible del hombre la sobresaltó y
contuvo la respiración.
—Veo
mucho oro, tendrás mucho dinero… Aquí veo una mujer morena; y
sí, anda con tu marido, pero es sólo sexo.
Al
oír esto, Sara se mordió los labios hasta hacerlos sangrar para
espantar el llanto que amenazaba con desbordarse.
—Sigo
viendo mucho oro. Eso
significa mucho dinero. Aquí ya no veo a tu esposo. Ya no estarás
con él porque aquí veo a un hombre blanco que será muy importante
en tu vida.
El
corazón le latió de prisa y extrañada abrió más los ojos y
preguntó:
—¿Qué
significa eso del hombre blanco?
—Qué
será tu pareja, pero no puedo decir más.
El
hombre siguió diciendo que gozaría de buena salud, que tendría un
buen trabajo..., pero Sara sólo veía el movimiento de esos labios
sin hacer caso, inquieta ahora por la aparición en su destino del
hombre blanco.
Salió
de ahí con el ánimo confundido, quería llorar, aventar piedras al
espejo, romper la vajilla, estrujar las fotos donde aparecían
acaramelados testigo fiel del amor de antaño, pero extrañamente
estaba fortalecida con la presencia de ese hombre que se perfilaba en
su futuro.
Esa
noche, cuando su esposo Carlos llegó de nuevo con la cara agria y
los modales toscos, Sara sólo observó sus vueltas, la forma en que
desganadamente se quitaba los zapatos, cómo se dejaba caer en el
sillón y aburrido tomaba el control de la televisión con esa manía
absurda de cambiar canales sin reparar en ninguno. Lo veía, esta vez
sin el deseo de iniciar la pelea acostumbrada, los reclamos airados
por su llegada tarde, por el dinero insuficiente para las necesidades
del hogar. Ese día quiso romper el círculo evitando pelear y
gritar. Optó por acostarse, encender su lamparita de noche y leer.
Cuando él se acostó, dándole la espalda y sin darle el beso que
ella extrañaba, sonriendo en silencio se dijo:
—¡Estúpido,
ni que fueras el único! ¿No lo sabes, verdad? Pronto
tendré
a mi hombre blanco.
Acerca de la autora
Patricia Fonseca es originaria de Villaflores, Chiapas. Es Licenciada en Administración de Empresas con Especialidad en Administración Pública. Es autora de la colección de separadores "Letras andarinas" y de los libros infantiles "La Jirafa" y "De Mascotas y Juegos Electrónicos", ambos cuentos con mensajes que fomentan valores, los cuales promueve a través de un taller de lectura en las instituciones educativas y culturales. Realiza publicaciones en la revista digital "De la tripa, narrativa y algo más" y en su fanpage personal. Es miembro de la Asociación de Escritores de Tapachula A.C. Funge como miembro activo del comité organizador de La voz enTinta.
Patricia Fonseca es originaria de Villaflores, Chiapas. Es Licenciada en Administración de Empresas con Especialidad en Administración Pública. Es autora de la colección de separadores "Letras andarinas" y de los libros infantiles "La Jirafa" y "De Mascotas y Juegos Electrónicos", ambos cuentos con mensajes que fomentan valores, los cuales promueve a través de un taller de lectura en las instituciones educativas y culturales. Realiza publicaciones en la revista digital "De la tripa, narrativa y algo más" y en su fanpage personal. Es miembro de la Asociación de Escritores de Tapachula A.C. Funge como miembro activo del comité organizador de La voz enTinta.
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