Patricia Fonseca Sara veía con avidez las manos del hombre, no sabía dónde posar los ojos. Entre sus dedos veía deslizarse a la sota, el caballo, el rey, las copas, el oro, las espadas, la reina... y cuando por fin esas manos terminaron de colocar los tres montoncitos de cartas sobre la mesa, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Ante sus ojos tenía su destino, debía elegir de entre los tres cuál le daría esa verdad ansiada. Miró dubitativamente y eligió las cartas del lado izquierdo. Con impaciencia vio cómo esas manos revolvían las barajas y una a una las colocó sobre la mesa, formando un rectángulo con ellas. Había caminado un buen trecho desde la carretera para llegar, pasó por un arroyo perdido entre piedras y pasto seco, varias veces estuvo a punto de caer cuando sus pies se enredaban entre la maleza trenzada. Ahora, al estar ahí en esa casucha lúgubre, rodeada de santos y velas encendidas trató de alejar la culpa que quería engullirla y hacerla correr lejos. Sabía que ...
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